sábado, 26 de julio de 2008

JUAN RAMON JIMENEZ


Es difícil siempre una actitud crítica en algo tan sustancial como la poesía. Sólo los supuestos críticos opinan con sus falibles armas profesionales y sientan unos criterios, por otra parte discutibles, pues la poesía es el reino de la excepciones y siempre nos acaba sorprendiendo.
Cualquier arte es una vocación interior absorbente, afortunadamente, los maestros de este oficio están en las estanterías de nuestras bibliotecas siempre dispuestos a enseñarnos, siempre dispuestos a dialogar con todos.
Al acercarnos a la obra de Juan Ramón Jiménez hay que hacer una pregunta por la verdad de su palabra. En su extraordinaria obra, entre las mas valiosas del siglo xx, retoma una idea central del romanticismo cual es la rehabilitación de nuevo para las artes de la posición clave del poetizar. Jiménez es lector ideal de su obra, obra de recitación interna, su palabra poética es esencialmente palabra contra la muerte. Desde sus comienzos no hay progresión horizontal sino un movimiento en torno a un centro, ese centro es la insobornable unidad de su obra por encima de etapas o periodos, escribe como si fuera lo ultimo que tiene que decirnos, sus comienzos también eran postrimerías. Nos dice que todo canto, toda escritura, por difícil que nos parezca busca al mismo tiempo la encarnación y la sed de inmortalidad, conciencia extrema de sentido artístico, en su obra encontramos todavía los rastros de planteamientos vitales inmersos en las grandes metáforas de lo poético, dominio para circunscribir el lenguaje a un libro ámbito de autorreferencias, exigencia crítica hacia el lenguaje, esa fuerza de una ausencia, es la raíz de la experiencia religiosa y la búsqueda de lo absoluto en poesía. Conflicto con el lenguaje, con los usos de comunicación, quiere vivir las metáforas pragmáticas de la eternidad, su vida es el desciframiento de un libro bajo la lógica esplendorosa de su argumentación. Ese libro quizá ya estuviera escrito, de ahí su esfuerzo en llevar al lenguaje a su mas alto nivel de expresión. alienta su escritura la eternidad en aquello en lo que se ha detenido, es belleza y absoluto, entrega a una permanencia en el tiempo del destino. Uno de los estados fundamentales de toda su filosofía es la obra de arte como una parálisis del instante, lo entretiene fuera del devenir, lo mantiene sin porvenir. Apreciamos en su carácter y conductas aquella soledad ontologica del acto creador. Jiménez ejerció siempre un magisterio no siempre bien comprendido, incluso en uno de sus mejores discípulos como Cernuda, quien también sufriría lo mismo, y al que le debe esa difícil conquista ética personal, que admirablemente mostró en un artículo publicado tras la muerte de Juan Ramón Jiménez, finalizando ese comentario con estas hermosas y ejemplares palabras:

Agradécelo, pues, que una palabra
Amiga mucho vale
En nuestra soledad, en nuestro breve espacio
De vivos, y nadie sino tu puede decirle.
A aquel que te enseñara a dónde y cómo crece:
Gracias por la rosa del mundo.

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