miércoles, 16 de julio de 2008

RAINER MARIA RILKE

Quizás estemos ante el poeta que más íntegramente ha mirado a la muerte y por tanto a la vida y una lección mas ejemplar nos ha dejado. Contrariamente a lo que se ha pretendido en una imagen ciertamente aristocrática, Rilke no quiere ser artista de sí mismo, no carga la individualidad, una afirmación exagerada de una personalidad artística, tan común en su tiempo. Hasta donde a mí me alcanza, no conozco reflexión teórica sobre la escritura mas hermosa y humana que sus cartas a un joven poeta, invitación y orientación, sencilla y profunda a la vez, para un arte de raíz. Este pequeño libro, incansablemente recomendado, sigue siendo una buena vacuna contra la vacuidad y amenaza del minirrealismo imperante.
En Rilke tenemos una idea fundamental y no siempre bien entendida y señalada; el anunciarse en su vida a la escritura, esa conversión vocativa. Es una renuncia para que las cosas aparezcan, un arte hecho religión.
Ese anunciarse es el que nos aleja rápidamente de su tan señalado hermetismo, de su mal llamada poesía pura o poesía para poetas. La anunciación de ese discurso poético es el que nos coloca con una alta orientación ética en el camino de su obra, se hermana junto con la de Juan Ramón Jiménez, en la base sustancial de toda la poesía del siglo xx
La experiencia artística en Rilke es una mirada desinteresada, sin futuro, el arte debe centrarse en las cosas intactas, fuera del manejo del mundo y de su orden,. Es sin duda el gran poeta de la reflexión existencial. Muchos años después, un admirable poeta, amigo y maestro, Vicente Núñez, buscaría el itinerario de su devoción en Ronda, con una vieja sacralidad, recorrería sus paisajes moribundos y me daría sus fechas; (1875-1926).

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